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La caída


Pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios:
No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Génesis 3:3.


Eva se alejó del lado de su marido para ver las cosas hermosas de la naturaleza
en la creación de Dios, deleitando sus sentidos con los colores y la fragancia
de las fl ores, y la belleza de los árboles y los arbustos. Pensaba sobre las restricciones
que Dios le había estipulado respecto del árbol del conocimiento. Se
complacía con las bellezas y las riquezas que el Señor había provisto para la gratifi
cación de todo deseo. Todas ellas, dijo, Dios nos ha dado para disfrutarlas...
Eva se había acercado al árbol prohibido, y su curiosidad se despertó por
conocer cómo era que la muerte podría ocultarse en el fruto de este hermoso
árbol. Se sorprendió al escuchar cómo sus preguntas fueron tomadas y repetidas
por una voz extraña. “¿Conque Dios os ha dicho, no comáis de todo árbol del
huerto?” (Gén. 3:1) Eva no advertía que ella había revelado sus pensamientos
al conversar consigo misma en voz alta; por lo tanto, quedó maravillada al escuchar
que una serpiente repetía sus preguntas. En verdad pensó que la serpiente
conocía sus pensamientos y que era muy inteligente. Le respondió: “Del fruto
de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está
en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no
muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios
que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios,
sabiendo el bien y el mal” (vers. 2-5)...
Eva había agregado algo a las palabras de la orden de Dios. Él les había
dicho a Adán y Eva: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol
de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás” (Gén. 2:16, 17). En la discusión de Eva con la serpiente,
Eva añadió la frase: “Ni le tocaréis, para que no muráis”... Esta declaración de
Eva dio una ventaja a la serpiente, y esta arrancó la fruta y la puso en la mano
de ella, y empleó sus mismas palabras: “Si la tocáis, moriréis. Pero ves que no
te ha pasado nada por tocarla, ni tampoco te perjudicará comerla”... Ella comió
del fruto y no le hizo daño inmediato. Entonces tomó de la fruta para ella y
para su marido...
Adán y Eva debieron haber quedado perfectamente satisfechos con el conocimiento
de Dios en sus obras creadas, y por la instrucción de los ángeles
santos... Ignorar el pecado era para su felicidad –Review and Herald, 24 de
febrero de 1874.

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